Martinus 1921 – 4 meses después de su bautismo de fuego cósmico.
Prólogo
Por Martinus 1890 – 1981
«A los 31 años experimenté un proceso espiritual o cósmico que fue el inicio de una misión cósmica. Los resultados de esta misión constituyen hoy toda mi literatura cósmica, mis análisis cósmicos con los correspondientes símbolos coloreados sobre la estructura y leyes eternas del universo, manifestadas en mi amplia obra principal “LIVETS BOG”* y en el libro de símbolos LA IMAGEN ETERNA DEL UNIVERSO, además de todos mis libros menores y conferencias publicadas como texto escrito.
Como ya he dicho, fui llamado o iniciado para crear estos análisis y símbolos cósmicos sobre el universo eterno, físico y psíquico en virtud de una experiencia, hecha con conciencia diurna totalmente despierta, de un proceso cósmico o espiritual superior. Este proceso consistió en la experimentación de dos determinadas visiones fundamentales con varias visiones menores suplementarias.
La primera parte de este estado de experiencia cósmica fue directamente una visión de Cristo, que me mostró que la luz divina del cristianismo, en su proceso de continuación y con su estructura de amor, debía revelarse a la humanidad a través mío. Pero, naturalmente, no pude comprenderlo de inmediato. No tenía ninguna educación superior, ningún examen científico ni doctorado, no sabía nada sobre los grandes escritores filosóficos y religiosos. Era un hombre sin instrucción. Sólo había ido a una pequeña y sencilla escuela seis horas por semana en verano y algo más en invierno. En esta pequeña escuela en el campo, sólo había dos clases y un maestro. La enseñanza sólo incluía historia de la Biblia, algunos salmos religiosos, un poco de danés, un poco de cálculo, un poco de historia de Dinamarca y un poco de geografía. Esto era todo.
Como me gustaba mucho la historia de la Biblia, no me disgustaba ir a la escuela. Mi mayor deseo era poder estudiar y llegar a ser maestro, cuando fuera mayor. Pero no era la voluntad de Dios que fuera maestro. Mis padres adoptivos vivían al día. No había ni siquiera dinero para que pudiera comprar un “familiejournal”,** que entonces sólo costaba 8 céntimos. Después de ser confirmado fui mozo en el campo, más tarde fui oficial lechero, sereno y, finalmente, oficinista. Así transcurrió mi existencia hasta los 30 años, en que había empezado a sentir un deseo muy fuerte de hacer algo más útil para la humanidad que escribir cifras y cifras y de nuevo cifras interminablemente. Sentía que tenía en mí poderosas fuerzas que no podían encontrar suficientemente su cauce a través de los miles de cifras que debía escribir y calcular cada día y de otras cosas diversas que mi ocupación requería. Fue en este estado y este medio que me encontraba, cuando sentí deseo de informarme sobre el movimiento teosófico, floreciente entonces en muchas partes del mundo. Así transcurrió mi infancia y juventud en este ambiente no intelectual y simple. No sabía que detrás este período de infancia y juventud hasta los treinta años se ocultaba un misterio. No sabía que tenía tras mí un tiempo anterior al terreno. No sabía que en este gran proceso creador de la Divinidad ya había sido bendecido con el divino conocimiento cósmico sobre el universo, la vida y el amor universal, al igual que, entonces, tampoco me habría atrevido a pensar que en esta encarnación física debía llevar este conocimiento divino, la luz eterna a la humanidad terrena.
El preámbulo de la llamada divina a mi misión cósmica
Que reparase en el movimiento teosófico se debe a uno de mis colegas de la oficina, donde estaba empleado, al que un amigo le había prestado un libro de teosofía. Y, a partir de este libro, me habló de teosofía, y con ello despertó mi interés por conocerla mejor. Y, por consiguiente, su amigo también me permitió tomar prestado dicho libro. Pero el amigo, o sea, el propietario del libro, puso como condición que yo mismo fuera a buscarlo a su casa. Quería hablar conmigo. Y cuando un día del mes de febrero de ese año, es decir del año 1921, visité a este afable hombre y tomé prestado el libro. Pero antes me preguntó sobre mi actitud religiosa personal. Es un hombre extremadamente erudito, mientras yo desconocía totalmente todo lo referente a los diversos movimientos religiosos nuevos, que entonces estaban empezando a estar en auge. La única pregunta que le hice fue sobre si estos nuevos movimientos religiosos tenían algo que ver con la oración a Dios. Me dijo que tenían que ver en muy alto grado. Y estaba bien. Por que si no hubieran tenido que ver, entonces no tenían ningún interés para mí. A pesar de que, según su modo de ver, debí parecerle enormemente ingenuo, cuando me despedí de él dijo, para mi gran asombro: “Usted será muy pronto mi maestro”. No podía comprender cómo esto podía ser posible. Sin embargo, su predicción se cumplió en un grado mucho mayor de lo que él, en realidad, había pensado. Se convirtió en mi primer partidario fiel y cariñoso amigo que no retrocedió más tarde en apoyarme económicamente, cuando fue actual para la misión que debía llevar a cabo, que los lectores ahora conocerán.
Este apoyo significó que temporalmente pude dejar mi empleo en la oficina y consagrarme totalmente a mi misión, que ya había comenzado cuando lo visité por segunda vez.
Tras haber avanzado en la lectura del libro teosófico, conocí por primera vez la palabra “meditación”. Sentí enseguida la necesidad de probar esto. Y una tarde cerré la puerta de mi habitación, me senté cómodamente, según las prescripciones del libro. Usé un sillón nuevo de mimbre que acababa de comprar. Me tapé los ojos con un pañuelo oscuro, para protegerme mejor de cualquier rayo de luz de la fuerte iluminación de la calle, que eventualmente pudiera penetrar a través de mis cortinas no totalmente impenetrables a la luz. Estaba, así, sentado en una oscuridad total y me concentraba en Dios. Y fue durante esta concentración en Dios y en esta oscuridad total que, en una visión cósmica con conciencia diurna despierta, tenía que experimentar mi, entonces incomprensible, llamada divina a manifestar como ciencia cósmica o aclaración intuitiva lo “mucho” que Jesús habría podido decir a sus discípulos, pero que ni ellos ni las autoridades e instituciones públicas del pasado tenían la suficiente evolución para poder comprender ni aceptar, autoridades que, debido a ello, lo crucificaron.
Pero ahora ha llegado el momento en que los hombres empiezan a tener hambre de la revelación divina de conocimiento que, en su tiempo, retuvo e interrumpió Jesucristo. Y era este conocimiento el que ahora debía intelectualizarse y convertirse en una renovación y base para la misión mundial del cristianismo, como fundamento de vida para la ahora incipiente época mundial. Y era la intelectualización y renovación de este cristianismo lo que, a través de visiones cósmicas, se me hizo comprender y se me transfirió para que revelase.
Si durante la visión hubiera habido tiempo y posibilidad de ello, debería haber hecho objeciones ante esta llamada divina, al igual que Moisés, cuando por medio de la visión del fuego divino de la zarza recibió la llamada de conducir Israel fuera de Egipto. De la misma manera que opinaba no tener cualificaciones suficientes para llevar a cabo esta muy difícil misión, yo, como hombre sin formación y sin ningún conocimiento cósmico en absoluto, también debería haber hecho objeciones con respecto a mi falta de cualificaciones.
Pero, como he mencionado, no hubo tiempo para ello. Además, tales clases de pensamientos no podían expresarse aquí. Las horas siguientes formé tan intensamente parte de un poder divino supraterreno, que no percibía nada más. Por medio de visiones, este poder me hizo, de una manera inalterable, consciente con conciencia diurna de mi llamada cósmica o iniciación de mi vida al perfeccionamiento del cristianismo como fundamento de vida científico o inalterablemente lógico para los hombres, a la terminación de su creación a imagen y semejanza de Dios
La visión de Cristo y su objetivo
Como ya he dicho, me había sentado cómodamente y con los ojos tapados en la habitación que había dejado en la oscuridad. No pasó demasiado tiempo antes de que apareciera una figura blanca de yeso que representaba la conocida figura de Cristo creada por el artista danés Bertel Thorvaldsen. Parecía estar a una distancia de unos 7 metros delante de mí. Era una figura más pequeña de aproximadamente medio metro de altura. Se la veía muy claramente, hermosa y blanca. Pero sólo fue visible un breve momento y luego desapareció. Y la habitación estaba, de nuevo, en la oscuridad. Posteriormente he comprendido que era como que esta pequeña figura de yeso debía simbolizar para mí la identidad del ser divino, que en las posteriores visiones luminosas iba a experimentar, no como una figura sin vida, sino, al contrario, como un ser cósmico vivo, e iba a ser uno con él. Entonces apareció una figura supraterrena, deslumbrante, resplandeciente con la más blanca luz que existe. Ahora ya no era la figura de yeso de Thorvaldsen, sino un Cristo vivo de normal tamaño humano que, muy lentamente, se me acercaba con los brazos abiertos como para un abrazo. La colosal profusión de destellos de luz que surgían de la figura y su vestidura constituyeron como miles y miles de microsoles luminosos, cada uno de los cuales era menor que una cabeza de aguja de las más pequeñas. Cada una de ellas emitía una deslumbrante luz blanca que producía bienestar, que acentuaba al Cristo vivo, supraterreno en virtud de las sombras azul claro que se formaban de extraña manera. Miré fijamente, bastante fascinado, esta maravilla divina de un mundo superior. Pero ahora, la figura desapareció. Y yo me encontré de nuevo en la oscuridad un momento. Pero entonces la figura luminosa, supraterrena de Cristo, apareció de nuevo.
Ahora apareció de un tamaño extraordinariamente grande en relación con el tamaño normal del cuerpo humano terreno. Me quedé como paralizado y sólo podía mirar fijamente la figura luminosa, que ahora estaba ante mí y se movía entrando en mi organismo, o sea, en mi propio interior. Se detuvo aquí, donde permaneció. Pero, ahora, de esta figura divina surgió un rayo de luz colosal. En él, yo podía mirar sobre el mundo. Era como si estuviera fuera de la Tierra. Vi barcos navegar por los mares. Vi continentes con ciudades y paisajes pasar por delante de mí, dicho en pocas palabras, vi que, desde mi interior, la inmensa luz de la figura de Cristo brillaba y centelleaba sobre el mundo. Y con ello terminó la divina visión supraterrena. Estaba otra vez sólo en la oscuridad. Pero la blanca luz supraterrena de la figura de Cristo se quedó en mí, y desde entonces ha seguido brillando en mi interior con fuerza creciente. Es esta profusión luminosa del amor universal lo que se convirtió en mi misión, que consiste en revelar a través de toda mi literatura cósmica, mis análisis cósmicos, mis símbolos cósmicos y libros menores, además de mis 59 años de actividad como conferenciante, y en cuyo periodo he dado consejos, guía y aliento a cientos y cientos de personas atormentadas por destinos desdichados. Sacos llenos de cartas de agradecimiento de estas personas acentúan mi relato
Pero, ¿cómo adquiere este campesino de nacimiento, ignorante intelectualmente y mozo sin cultura, este oficial lechero, sereno y oficinista la facultad de crear la ciencia cósmica, cuyo resultado final es la imagen eterna del universo, y su fundamento de vida el amor universal y la inmortalidad de los seres vivos y su aparición como los señores de su propio destino, sin estudio, investigación y sin recibir orientación científica de ninguna mayor o menor capacidad terrena en la ciencia del espíritu? ¡Vamos a verlo!
La luz dorada
Esta visión de Cristo mencionada, intensamente luminosa, la experimenté con conciencia cósmica diurna absolutamente despierta y no bajo ningún estado de experimentación de sueño o alucinación. Fue una clara notificación, recibida con conciencia diurna, de una misión que debía realizar. Pero es cierto que, de inmediato, no pude comprender o adquirir conciencia de cómo yo, un hombre inculto, podía ser capaz de llevar a cabo una tarea espiritual o cósmica de tan alta y santa envergadura. Pero no iba a permanecer largo tiempo en esta ignorancia. Ya al día siguiente sentí que debía meditar de nuevo en la oscuridad, tal como había hecho la tarde anterior. Estaba de nuevo sentado en mi sillón de mimbre, que ahora parecía estar cargado de una fuerza altamente espiritual. Tenía los ojos tapados con un pañuelo y estaba una oscuridad muy profunda, pero en un estado de conciencia diurna totalmente despierta. De pronto, fue como si mirara dentro de un cielo medio oscuro. Pero ahora una sombra oscura pasó sobre este cielo que, luego, se hizo más claro. El paso de esta sombra sobre el cielo tuvo lugar varias veces. Y cada vez que lo había pasado, el cielo se convertía en una luz cada vez más intensa, para finalmente convertirse en un deslumbrante océano de luz del color del oro más puro. Este océano eclipsaba toda la demás luz existente. Se formaba como miles de hilos dorados verticales, vibrantes que llenaron totalmente la habitación. Me encontraba solo en medio de esta profusión de luz divina, dorada y viva. Pero sin ser yo mismo visible bajo la forma de ninguna especie materializada. No tenía ningún organismo, al igual que todas las cosas creadas que me rodeaban, mi habitación, mis muebles, dicho en pocas palabras, todo el mundo material había desaparecido o estaba totalmente fuera del alcance de los sentidos. Sólo la deslumbrante luz con sus vibrantes hilos de luz dorada había atraído hacia ella todo lo que, de otro modo, es accesible a la percepción o experiencia de vida. Pero, sin embargo, tenía conciencia diurna suficiente para que, a través de la intensa luz dorada, se me inculcase o experimentase que tenía una existencia viva fuera de todo el universo creado, fuera de todo lo que, por lo demás, es visible como fenómenos creados.
Estaba fuera del tiempo y el espacio. Era uno con el infinito y la eternidad. Estaba en el elemento de mi yo inmortal que, conjuntamente con los yos inmortales de todos los demás seres, es uno con el yo u origen eterno del universo. Aquí era uno con la Divinidad única, eterna, todopoderosa, omnisciente y que ama con amor universal, esa Divinidad buscada consciente e inconscientemente, venerada y adorada a lo largo de todos los tiempos, a través de todas las culturas y religiones de la Tierra, razas y pueblos.
La visión había terminado. Sólo había durado unos pocos segundos, o quizá sólo fracciones de segundo, si aquí se podía, en resumidas cuentas, hablar de percepción de tiempo. Había regresado, de nuevo, a mi estado físico. Durante mi estancia en la luz dorada, había tenido lugar una enorme transformación de mi conciencia que me mostró que mi visión de la luz dorada presente en todas partes y que lo llenaba todo, no era en absoluto un sueño, una ilusión ni una alucinación, sino una experiencia cósmica verdadera hecha con conciencia diurna despierta. La visión me dejó en un nuevo estado de conciencia que me puso en condiciones de crear mis análisis y símbolos cósmicos del universo eterno o la solución del misterio de la propia vida. Con la experimentación de la deslumbrante luz dorada, fui elevado por encima de la actual ceguera cósmica de la humanidad terrena al más alto panorama cósmico de la vida, que me mostró el amor universal como tono básico del universo y fundamento de la renovación y continuación del cristianismo, como fundamento de vida de la, ahora, incipiente nueva época mundial, y hacia el cumplimiento del plan creador de Dios con la humanidad, a saber, su evolución en el amor universal y su resultante conciencia cósmica y, con ello, su nacimiento a imagen y semejanza de Dios.
Pero la verdad eterna de la vida o solución del misterio de la vida no se encuentra por medio de microscopios, telescopios, máquinas calculadoras, ordenadores ni cosas parecidas. Tampoco se encuentra, en absoluto, por medio de bombas atómicas o de hidrógeno ni otros aparatos infernales. Pero cuando la guerra en el interior del hombre haya matado la guerra en el en el interior*** del hombre (posiblemente debe ser exterior, ver nota), el amor universal, que es la luz eterna del cristianismo, impregnará la hoy muy intensa y activa investigación o búsqueda de la auténtica verdad del mundo moderno y la bendecirá con la solución del misterio de la vida. Esta solución es la identidad eterna del universo como un ser vivo que constituye el infinito y la eternidad, y se revela a través del tiempo y el espacio y les habla a los seres vivos por medio de seres vivos, cada uno a su especie, su raza, su lengua, su manera de ser y los conduce a la conciencia y poder creador sobre toda materia, ya sea fuego, frío, agua, aire y materia en forma de rayos o lo que llamamos “espíritu” y, con ello, a la manera de ser del amor universal. Y entonces este espíritu del cristianismo o amor universal brillará y centelleará de todos los ojos a todos los ojos y llevará a todos a acariciar a todos. Y cumpliendo esta condición eterna de vida del universo con respecto a la bienaventuranza o más alta felicidad y alegría de existir de la vida, el hombre acabado, con conciencia diurna despierta, encontrará a la Divinidad eterna en cada acontecimiento, encontrará su palabra en la palabra de cada hombre y lo encontrará en el amor de cada hombre. Y entonces, la redención del mundo habrá terminado para los hombres de la Tierra. La creación del hombre por Dios a su imagen y semejanza se habrá consumado. El espíritu de Dios sobre las aguas se habrá convertido en un reino de los cielos en la Tierra. Y Dios caminará de nuevo con Adán en el Paraíso Terrenal.
Acerca de mí mismo
Mis visiones cósmicas, aquí descritas, no se habrían escrito jamás, si no hubieran sido un proceso divino, que abrió en mi mentalidad o psique una nueva estructura sensorial, que me dio conciencia cósmica diurna permanente. Y es a través de este estado mental que Dios, con su espíritu santo, me dio conocimiento, fuerza y coraje y facultad de percepción para continuar la divina enseñanza de Jesús de la ciencia del amor universal, un “tercer testamento” de la vida para una humanidad, incipientemente intelectual, hambrienta espiritualmente.
Con esta ciencia del amor universal, la humanidad encontrará el núcleo de la misión de Cristo y verá la enseñanza de Jesús liberada de toda la ignorancia, superstición, ingenuidad e intolerancia de las interpretaciones falsas y el oscurantismo milenario.
Pero no hay que creer que, porque se me dio continuar la misión de Cristo y revelar la futura ultimación de la humanidad por Dios a su imagen, deba ser un centro de adoración y que me está esperando que los hombres me consideren una persona de rango espiritual superior o quizá, incluso, que me eleven a ser la misma Divinidad, tal como se ha hecho con Cristo. Esto sería un malentendido terrible, es más, directamente una desviación de la verdad o realidad absoluta. Sólo he vivido mi existencia física de la manera en que mis facultades y destino me han puesto en condiciones de vivir. Que mi vida haya sido una manifestación del conocimiento cósmico superior, para el que los hombres, por medio de su actual desencadenamiento rápido de karma oscuro, adquieren de manera correspondiente rápida madurez, demuestra la colosal lógica que impera en la profusión creadora de la Divinidad. Que haya recibido las facultades que me pusieron en condiciones de revelarle a la humanidad, en análisis cósmicos, la solución del misterio de su propia vida y relación con la Divinidad eterna, que todo lo penetra o es omnipresente, no se debe en absoluto a que, de alguna manera, haya sido favorecido por la Divinidad. Dios no favorece a nadie en absoluto. Todos somos iguales en su amor universal. Las facultades que he llegado a desarrollar sólo son lo que otros hombres antes que yo han alcanzado, y lo que otros hombres después de mí alcanzarán, absolutamente todos sin ninguna excepción. Así pues, no hay en realidad nada que agradecerme ni nada porque adorarme. Llevar la luz divina a un mundo donde los hombres, en gran medida, todavía gimen en la oscuridad ha sido una experiencia maravillosa, divina».
*Martinus ha deseado que el título danés de esta obra, que significa El Libro de la Vida, se mantenga en todos los idiomas.
** Semanario danés.
*** Difícil de leer en el manuscrito.
© 1981 Martinus Institut