El autor se dirige a los hombres que son los primeros en creer en «revelaciones» en el pasado, pero los últimos en creer en «revelaciones» en el presente.
Martinus escribió esto en 1936:
«Como, precisamente, en los días alrededor del 15 de marzo hacia quince años que se me había llamado a realizar el trabajo que, como la creación de la ciencia del espíritu, ya se ha convertido en un hecho indiscutible para muchos, he creído que sería beneficioso para estas personas contar un poco sobre mi llamada y dar, con ello, una pequeña orientación retrospectiva sobre los acontecimientos suprafísicos que constituyeron el momento directamente desencadenante de mi misión espiritual.
Mi llamada en sí es de un carácter tan inusual y tan poco frecuente, que describirla con detalles al no iniciado le parecerá, a lo sumo, una aventura fantástica e irreal, al igual que a los seres intolerantes y menos evolucionados en el amor les provocará indignación que, al amparo del concepto “ira santa”, los llevará a designarme como “poseído por el diablo”, como “blasfemo”, como víctima de “delirio de grandeza” u otra forma de anormalidad o enfermedad mental. Es más, los hechos han mostrado que hay quienes, incluso, me consideran ser el mismo “anticristo” un “falso mesías” y cosas semejantes.
Estas personas se han ido, gradualmente, sugestionando tanto o arraigando tanto a la idea de que las denominadas “revelaciones” son fenómenos que sólo están relacionados con personajes bíblicos del pasado. A pesar de que desde el nivel de conciencia de estas personas, durante milenios, desde púlpitos en la ciudad y el campo, desde entarimados al aire libre, en bosques y playas, en calles y plazas, se les ha gritado a los hombres que “el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas”, que “Dios habló” a Adán y Eva, “Dios habló” a Moisés, “Dios habló” a los profetas, que Jesús fue “transfigurado” en la montaña, que “el espíritu santo cubrió con su sombra” a los apóstoles, mostrándose como “lenguas de fuego sobre sus cabezas”, que Paulus fue “envuelto en una luz blanca” camino de Damasco, etc. etc., la mayoría a este nivel serán los últimos en comprender, los últimos en creer que estos acontecimientos igualmente pueden tener lugar en el presente, pueden tener lugar aquí, en medio de nuestra época moderna, científica y técnica.
Mientras desde este nivel se encuentra muy natural que “el espíritu de Dios”, en forma de “la zarza ardiente”, se le mostrase a Moisés, y que “la luz blanca” se posase sobre Paulus, aun cuando el primero era asesino, y el segundo un tenaz adversario y perseguidor de Cristo, se tiene una fe inquebrantable en la veracidad de estas narraciones; pero si un hombre viene hoy y cuenta que “el espíritu santo lo ha cubierto con su sombra”, que es “uno con el Padre”, que él mismo se ha convertido en “el camino, la verdad y la vida”, no se le creerá, sino que, al contrario, se indignarán con él, independientemente de lo honestamente y sin mancha que viva, independientemente de lo científicamente que pueda confirmar lo que afirma.
Pero esto es muy natural. Con respecto al pensamiento y análisis lógico en el ámbito religioso, estas personas todavía no son libres. Todavía no son tan independientes que se atrevan a abandonar la opinión oficial de “la mayoría” que, para ellas, es la ley no escrita inquebrantable, o constituye el andador por medio de cuya ayuda pueden, desde el punto de vista religioso, mantenerse de pie, mientras la facultad de su pensamiento de caminar por los laberintos de revelaciones del misterio de la vida todavía sea dependiente y esté desamparada, y, por lo cual, la vida fuera de la zona de las viejas tradiciones y los viejos dogmas religiosos debería convertirse en un desierto en el que, visto espiritualmente, con su inmovilidad deberían morir de hambre o, de otra manera, perecer miserablemente.
Por consiguiente, tampoco me dirijo a estas personas. Si mi escrito llegase, sin embargo, de alguna manera a manos de una persona así, déjenme decirle inmediatamente a la persona en cuestión:
Permanece absolutamente en la creencia religiosa que para ti significa vida o felicidad, que opinas que para ti es el camino, la verdad y la vida.
No creas de ninguna manera que deseo alejarte en un solo punto de la más alta base de tu vida. No deseo en absoluto debilitar la fe de una sola persona en lo que verdaderamente es hermoso y noble, verdadero y, por consiguiente, amoroso, divinamente inspirador en la vida cotidiana.
Pero recuerda que sería una transgresión de la ley del amor no reconocer que tu conocimiento es limitado, y que en la periferia de esta limitación estás rodeado de una zona donde no puedes “saber” y donde, por lo tanto, sólo puedes existir como “creyente”. Alrededor de esta zona estás, de nuevo, rodeado de una zona infinita que, debido a tu ignorancia completa al cien por cien o total falta de conciencia, constituye la más negra noche. No sabes nada sobre lo que esta noche oscura puede ocultar en su seno. Por consiguiente, no puedes constituir en absoluto ninguna autoridad ni ningún juez legalmente cualificado para juzgar el relato o revelación de este terreno, para ti totalmente desconocido. Sólo en la pequeña parte o zona, donde te apoyas en la base de hechos absolutamente matemáticos, en conocimiento experimentado por ti de manera absoluta, puedes intervenir.
Pero ya en la zona donde sólo existes como “creyente” cesas de ser una capacidad. Aquí existes a base de lo que otros te han contado, lo que otros han escrito. Esto quiere decir que aquí sólo eres un discípulo, un aprendiz, un alumno. No has llegado al estadio de madurez, donde tu formación está terminada. Todavía no has obtenido tu título, tu examen, tu certificado de aprendizaje.
Pero, ¿no es más natural y, por consiguiente, más amoroso que el alumno reconozca su verdadera identidad que, precisamente, sólo puede consistir en ser la parte que “escucha”, en vez de hacerse ilusiones en su interior de tener cualificaciones para aparecer como la parte que “juzga”, que “instruye” y así en realidad, aunque inconscientemente, situarse como un “falso” maestro o guía? Cuando el “creyente” quiere enseñar al que “sabe”, es lo mismo que cuando el alumno quiere instruir al maestro. Esta relación no es natural, y todo lo que no es natural, no es amoroso. El “creyente” peca contra su propia convicción amonestando al ser que “sabe”, bastante independientemente de que su manera de actuar tenga, incluso, lugar de buena fe.
Pero, ¿no es acaso por esto que se dice “No juzguéis, porque con el mismo juicio que juzguéis, habéis de ser juzgados, y con la misma medida que midáis seréis medidos”?
El que verdaderamente sabe esto, no juzga en campos donde no “sabe”. Al ser “creyente” no le corresponde, así pues, juzgar. Esto sólo puede ser el privilegio legítimo del que “sabe”. Si, por lo tanto, entras en contacto con el siguiente relato, que es, a grandes rasgos, el curso de mi vida actual, y que se ha formado, precisamente, como una gran revelación de sabiduría divina, una permanente transformación de religión en ciencia, recuerda entonces que este relato no se dirige a ti que, de antemano, opinas haberlo alcanzado todo en virtud de “la fe”, opinas estar “salvado”, te sientes “bienaventurado”. Debes comprender, en cambio, que me dirijo directamente a aquellos hombres que están evolucionados, de modo que no juzgan a base de suposiciones, a base de “fe”, sino que exclusivamente sólo se muestran como buscadores imparciales de la verdad, para quien el “saber” o hecho absoluto es santo, es absolutamente el único objetivo de su esfuerzo y la única base verdadera de su facultad de razonamiento y, con ello, de su discernimiento y manera de actuar. Recuerda también que tu propia religión te enseña que hay algo que está por encima de “la fe”, a saber, la verdadera propia experiencia de la luz, y que tú, si esta luz no existiera, jamás se te habría dado la divina luz de la fe ni habrías entrado en posesión de ella, jamás habrías llegado a saber nada sobre una Divinidad, sobre los grandes resultados o las verdades eternas de la vida, “como un hombre siembra, así cosechará”, “bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”, “amaos los unos a los otros”, “todo es muy bueno”, etc. que, precisamente, constituyen conjuntamente el fundamento que soporta toda existencia…».
«…Por esto, no se puede recomendar suficientemente que tengas cuidado cuando oigas a alguien decir algo que anteriormente no has estado acostumbrado a reconocer como moral o idealismo. Podría ser que fuera un nuevo mensajero de Dios a los hombres. Y supón que lo juzgaste, desacreditaste su trabajo y te opusiste a él, entonces te opusiste a Dios, te opusiste a las grandes promesas de tu propia religión y, con ello, al perfeccionamiento de la humanidad.
Que quizá seas sacerdote, miembro del movimiento de Oxford*, seas de Indremission*, adventista, antropósofo, teósofo, espiritista o cosas semejantes no te dispensa de la consiguiente responsabilidad. ¿No fue, precisamente, el sumo sacerdote que se convirtió en un “Caifás”? Y, por cierto, ¿no fue entre todos los demás, que poseían el rango oficial como “guardianes de la moral”, que se encontraban los que con más ardor gritaban “crucifícalo, crucifícalo”? ¿Y no dijo el propio iniciado que “los primeros serían los últimos”. ¿Y es, acaso, esa posición la que deseas? Mantente en guardia. Tarde o temprano estarás ante el mismo problema, independientemente de lo seguro que estés de ti mismo, de lo salvado o bienaventurado que te sientas hoy.
Te he dicho estas palabras, porque si lees el siguiente relato, tu facultad de amar será puesta a prueba. Aquí encuentras dos caminos. Con tu actitud ante este relato caminarás por uno de estos dos. Puedes opinar sobre ti mismo que no eres ningún juez cualificado para juzgarme y, por lo tanto, te mantendrás neutral, y quizá puedas comprenderme y regocijarte con mi relato y seguir el camino que mueve todo y a todos hacia la luz, hacia la redención del mundo, hacia la tan profundamente deseada paz duradera en la Tierra, o puedes irritarte, ser intolerante, considerarme un lacayo de la oscuridad, oponerte a mí y perjudicarme y, así, caminar por el camino que lleva a la guerra, el dolor, la mutilación y el sufrimiento, independientemente de donde creas estar hoy religiosamente . Formarás parte de aquellos de los que lo más correcto es decir “Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Con lo presente he tratado de guiarte y ayudarte a una reflexión profunda, de modo que desmedidamente y sin ninguna razón ni reflexión previa juzgues, critiques y te opongas a aquello con lo que ahora entrarás en conocimiento.
Y permíteme recordarte una vez más el gran mandamiento de tu propia religión: “Velad y orad para no caer en la tentación, el espíritu en verdad está pronto, mas la carne es flaca”. “Así pues, quien cree estar en pie, procure no caerse”.
Quizá haya surgido ahora en tu mente la siguiente pregunta sobre mi persona: “Estas palabras de advertencia que me diriges directamente, ¿significan que “el espíritu santo te ha cubierto con su sombra”, que eres un iniciado?, ¿tengo, quizá, que creer que eres un “redentor del mundo”? Con respecto a esto, déjame decirte para que lo entiendas que, por lo que se refiere a mi persona, no deseo ni intento, en absoluto, que nadie “crea” nada. Sólo deseo guiar a todos a investigar los hechos absolutos, existentes con respecto a la manifestación del espíritu de Dios en un fenómeno físico, visible, indiferentemente de en quién y en qué se manifieste y, con ello, transformar la fe en certeza, la ignorancia en conocimiento, la religión en ciencia. Deseo luchar contra cualquier culto a mi propio yo personal a favor de la creación del conocimiento de la verdadera existencia del espíritu santo.
Que, en lo que antecede, haya dicho tanto no es, precisamente, para llamar la atención sobre mi persona, mi yo privado. No soy tan ingenuo que crea que un prestigio personal verdaderamente sólido o una posición duradera se pueda crear hablando, simplemente, de sí mismo. Soy plenamente consciente de que la sola muestra de los hechos verdaderos puede ser material religioso para el hombre con el enfoque científico del siglo veinte, y de que las simples “buenas palabras” sólo pueden “alegrar a los necios”. Un homenaje de un nivel de conciencia así sólo puede, en realidad, ser buscado por quien él mismo es un “necio”, por quien tiene una insaciable ambición, por quien la sed de estar en la cumbre, ser admirado, adorado, agasajado y adorado todavía es una condición de vida, todavía es su ídolo y para quien todo lo demás de la existencia es secundario, tiene menos importancia.
Pero, ¿cómo podría una persona así ser el instrumento mesurado, imparcial y transparente para la manifestación de la auténtica verdad? En una persona en la que la revelación de la verdad tiene menor importancia, tiene menos valor que alcanzar la admiración y adoración de la propia persona por parte de otros, la verdad está coloreada o caracterizada a favor del alcance de este culto o esta adoración. Y la consecuencia normal o natural, la consecuencia de que tendría que ser la verdad la que caracterizase a la persona se impide, así, de manera correspondiente en su manifestación. La persona es, al contrario, la que caracteriza la verdad. Y, a través de tales personas, la revelación de la verdad sólo puede convertirse en una luz caracterizada por el egoísmo y la falta de claridad.
Por lo tanto, no puedo acentuar lo suficiente que deseo que mi yo privado se deje totalmente fuera. Que sea éste o aquél, que sea capaz de esto o aquello, no es nada de que ocuparse. Lo que, en cambio, es decisivo en mi conducta es demostrar que una manifestación del espíritu santo, o sea, un acontecimiento que en la Biblia se denomina “revelación”, ha tenido lugar dentro del alcance de mi capacidad de experimentar con conciencia diurna despierta. Hacer que alguien “crea” en esta revelación no es mi especialidad, no es esto lo central en mis deseos. Mi tarea es, al contrario, demostrar que dicha revelación, la manifestación del “espíritu santo”, no es nada milagroso, no necesita ser un misterio, sino que es una realidad absolutamente mesurada y asequible que, a su manera, puede hacerse objeto de análisis, puede hacerse comprensible para el entendimiento, tan bien como cualquiera de los fenómenos reales de los que está formada nuestra vida. Por lo tanto, sólo aspiro de manera absoluta a crear la base para que mis semejantes alcancen conocimiento en los ámbitos donde antes debían contentarse con creer y, por ello, debían construir el fundamento de su vida a base de los relatos de otros.
Crear información y entendimiento sobre las zonas cósmicas, crear respeto y veneración alrededor de las fuerzas dirigentes y más altas autoridades cósmicas de la existencia, demostrar que la ley del amor, que hay que amarse mutuamente, es ciencia, realidad y bienaventuranza, esto es lo que para mí se ha convertido en santo, se ha convertido en la única base de mi existencia. Cada pequeño terreno de la selva virgen de la mística que pueda transformar en cultura científica real, cada vez que pueda convertir a Dios en un hecho en la mentalidad de uno de mis semejantes, es para mí algo miles de veces más valioso que el homenaje ciego de millones de “necios”.
Y confiando en que puedas entender esto, y que esto pueda ayudarte a tener la actitud correcta y veraz, si continuas estudiando mis manifestaciones, sólo quiero recordarte las palabras de tu propio redentor del mundo, “porque el árbol se conoce por sus frutos”.
Convertir las verdades eternas, los resultados eternos, lo más grande de lo que los sabios han dicho en ciencia y, por consiguiente, en amor, son mis frutos».
* Movimientos dentro de la Iglesia danesa.
Citado de la revista Kosmos n.º 4, 1936. Aquí encontramos las palabras de Martinus bajo el título «Alrededor del nacimiento de mi misión». © 1981 Martinus Institut